Hasdai Crescas
Hasdai Crescas o Cresques (en hebreo: חסדאי קרשקש) (nacido en Barcelona en 1340 - fallecido en Zaragoza en 1412) fue un filósofo, jurista y escritor judío español, rabino en Barcelona y Zaragoza y cuya obra más importante, La Luz del Señor, critica el pensamiento de Maimónides y de Gersónides y adopta el punto de vista racionalista sobre la fe judía.[1] BiografíaHasdai ben Abraham ben Hasdai ben Judá ben Hasdai Crescas nació en Barcelona en el seno de una estirpe de eruditos. Estudió bajo la tutela de Nissim Gerondi, conocido también bajo el acrónimo RaN, al lado de Isaac ben Chechet (el Ribash), y formará a grandes sabios, entre los cuales estuvieron Joseph Albo, el rabino Mattathias de Saragossa y el rabino Zerahia ha-Lévi Saladin. Será también ávidamente leído por Baruch Spinoza,[2] quien se fundará en él para rebatir la unión de filosofía y religión que proponía Maimónides. Como su maestro, Hasdai Crescas fue en efecto un gran talmudista y filósofo. Tuvo igualmente una opinión experta en materia de Ley judía, por más que no ocupara nunca un puesto oficial de rabino. Gozó de una cierta riqueza material y de la estima de los poderosos, de forma que en 1393 fue nombrado ejecutor testamentario exclusivo de su tío, Vitalis Azday, por Juan I de Aragón. Sin embargo, habría conocido, como todos los judíos, una buena parte de sufrimientos y miserias: en 1378 fue aprisionado sobre la base de una falsa acusación, y calumniado numerosas veces por el simple hecho de ser judío. Y en 1391 su hijo único murió martirizado por su fe, en el curso de los pogroms antisemitas de su época. Sin embargo, estas pruebas no nublaron sus facultades ni su fe, ya que redactó sus más grandes obras después de este periodo. Otro episodio que marcó su vida fue su reencuentro con el falso mesías Cisneros, del que fue brevemente partidario. En 1401 marchó a visitar a Joseph Orabuena por petición de Carlos III de Navarra, en cuyos anales consta que se pagaron los viajes por varias villas del Reino de Navarra del "Rabino de Zaragoza". ObrasSus trabajos haláquicos no han llegado a nosotros, y tal vez no hayan existido nunca en forma organizada, a pesar del comentario sobre el Mishné Torá. Se han conservado, sin embargo, trabajos fundamentales:
Filosofía de CrescasLa teología de CrescasLa teología de Crescas se vio influida por un entorno cambiante: la principal amenaza para el judaísmo ya no era el racionalismo filosófico, sino el cristianismo. La presión constante del cristianismo, las disputas y los bautismos llevaron a Crescas a escribir un ensayo polémico contra el cristianismo. También se perciben ecos de esta polémica en la principal obra de Crescas, La luz de Dios[3] Fundamentos de la feCrescas expuso los famosos 13 principios de la fe de Maimónides revisados y redujo su número a seis. Principios cuya negación equivale, según Crescas, a la negación de toda la Torá:
Menos importantes son los principios basados en la Torá, pero su negación no implica la negación de la Torá:
También hay una lista de creencias basadas en la Torá, pero no obligatorias de creer. Crescas creía que el fundamento del judaísmo no es la comprensión intelectual. Aunque el intelecto puede llevar a la comprensión de algunos de los fundamentos de la fe, pero independientemente de ello, la base primordial es la Revelación Divina, por lo que una conclusión de la Torá es base suficiente[4]. El pecado originalAunque muchos comentaristas judíos han señalado que la propia naturaleza humana cambió tras la caída de Adán en el pecado, Crescas es casi el único filósofo medieval judío que interpretó la caída como pecado original, que debe ser expiado[5]. Crescas se basa en la afirmación del Talmud de que "desde que la serpiente primordial llegó a Hava, ha depositado la impureza (en hebreo: זוהמה, "zuhama") sobre nosotros, pero del pueblo de Israel que estuvo en el monte Sinaí, se desprendió esta impureza"[6]. Crescas explica que la caída de Adán le causó un fuerte deseo de materialidad. Más tarde, sin embargo, apareció en el mundo Abraham, que estaba dispuesto a llevar a Yitzchak como sacrificio, y sacrificar así a toda la nación de Israel. Por ello, Dios hizo una "Nueva Alianza" con él y lo salvó de la persecución de la materia. Crescas se caracteriza por interpretar el sacrificio de Itzjak como prototípico de todo el destino futuro del pueblo judío con su autosacrificio, lo cual es especialmente comprensible dada la muerte del propio hijo de Crescas. Así, en hebreo: עקדה ("akeda", "la atadura de Itzjak") y el pacto de la carne de Abraham, la circuncisión, expían el pecado original[7][8]. El significado de los mandamientosDe la interpretación anterior se deduce que uno de los significados de los mandamientos según Crescas es redentor. Aparte de eso Crescas da también otros significados y al mismo tiempo polemiza con los cristianos que afirmaban que los mandamientos fueron dados sólo por un período de tiempo, para el desarrollo inicial de la humanidad. Crescas demuestra que los descendientes de Abraham en Egipto mostraron capacidad de autosacrificio y no se encontraban en absoluto en un nivel particularmente bajo, por lo que es para ellos para quienes se necesitan muchos mandamientos. Según Crescas, los mandamientos tienen varios tipos de objetivos: primarios, intermedios y finales. En primer lugar, mediante los mandamientos el hombre reforma su carácter, alcanza la perfección intelectual y moral, establece una estructura social justa y provoca el amor entre las personas. Sin embargo, todo esto, según Crescas, no es el significado final de los mandamientos. Los significados posteriores de los mandamientos son asegurar la perfección del alma para que pueda existir incluso después de la muerte. Sin embargo, el objetivo más importante es hacer que el hombre ame a Dios, aferrar al hombre a él y, en consecuencia, conducir al hombre a la felicidad (eudemonismo). El amor es el fin último no sólo del sujeto, sino también del objeto de los mandamientos. El hombre alcanza un estado en el que está constantemente en el resplandor de la presencia divina, tanto en la vida como después de la muerte[9]. En la explicación de Crescas sobre el significado de los mandamientos se percibe una reelaboración creativa de las ideas de Yehuda Halevi, Maimónidesa, Hersonides, Abraham ibn Daud, Saadia Gaon. A diferencia de muchos de sus predecesores, Crescas no utiliza el concepto de mandamientos disciplinarios, que se dan para dar más mérito a las personas. Según Crescas, los mandamientos, que carecen de base racional, tienen por objeto refinar al hombre para conducirlo a la inmortalidad del alma. Esto concuerda con otra divergencia entre Crescas, por un lado, y Maimónides y Gersonides, por otro: Crescas niega que la inmortalidad del alma concierna sólo a la mente. Según Crescas, otras partes de la personalidad, como las emociones, y entre ellas sobre todo el amor a Di-s, también están incluidas en la parte inmortal del alma[10]. El conocimiento como tal no asegura la inmortalidad del alma, pero algún conocimiento es necesario como base de la Torá y sus mandamientos[11]. Además, Crescas niega la transmigración de las almas reconocida por la Cábala, y esto es característico ya que Crescas tomó sólo ideas individuales de la Cábala, no todo el sistema[11]. De considerable interés es el tratamiento que Crescas da al primer mandamiento. Contrariamente a la concepción habitual de Maimónides, Crescas se opone categóricamente a la existencia de mandamientos cuyo contenido sea la fe. Demuestra de tres maneras (lógica, halajá, psicología) que los mandamientos de creer en algo no existen, y sobre todo no puede haber un mandamiento de creer en Dios. Los mandamientos, según Crescas, sólo pueden estar en la acción. Este punto de vista encuentra eco en las enseñanzas de Moses Mendelssohn. Este último, en su obra principal "Jerusalén" critica a Maimónides por apartarse de la antigua tradición judía de no constituir dogmas de fe. Como respuesta positiva, Mendelssohn menciona los nombres de Crescas, Albo y otros. Con ello, Crescas sentó las bases de la noción de que los mandamientos sólo existen en la acción (la ortopraxia judía), que también apoyan algunos pensadores modernos, como Leibowitz Ishayahu, quien mencionó a Crescas como un gran filósofo religioso[12]. El problema de los atributos de DiosUn problema muy tratado en la Edad Media es si Dios tiene atributos positivos, es decir, cómo entender palabras como "misericordioso", "bueno" y similares en relación con Dios. Maimónides adoptó una posición extrema sobre esta cuestión. Todas las palabras que se aplican a Dios y a cualquier otra persona son simplemente pares de homónimos puros, pares de palabras que tienen significados diferentes pero que coinciden por casualidad. En consecuencia, todos los lugares en los que la Biblia aplica epítetos a Dios deben considerarse puras metáforas; no hay ni puede haber analogía o semejanza entre Dios y otro objeto. Muchos otros pensadores no llegaron tan lejos. Así, Gersonides piensa que existe una conexión definida entre los epítetos aplicados a Dios y los epítetos aplicados a otra cosa. Los primeros expresan el significado original y verdadero de la palabra, mientras que los segundos expresan un significado posterior, distorsionado y simplificado. Crescas adoptó inicialmente la posición de Maimónides de todo corazón, sometiendo a Gersonides a duras críticas. En el período posterior, sin embargo, la influencia de los escolásticos latinos[13] y luego de la Kabbalah, especialmente las enseñanzas de Azriel de Girona. Crescas se pasó primero a las posiciones de Gersonides:
Luego Crescas fue aún más lejos, afirmando la existencia de atributos esenciales (en hebreo: תארים עצמייים, te'arim atzmi'im) identificados con las diez sfirot. Tal posición se acercaba peligrosamente al cristianismo, de modo que incluso RIVASH, al criticar la Cábala, comparó la creencia de "algunos filósofos" en el diezmo con la de los cristianos en la trinidad[16][17]. Una observación similar hizo el traductor de la obra de Crescas en hebreo: "ביטול עקרי הנוצרים" ("Bittul ikarei ha-notzrim", "Refutación de los fundamentos de la fe cristiana"). Shem Tov Ben Yosef Ibn Shem Tov (שם טוב בן יוסף אבן שם טוב) en el lugar donde Crescas disecciona la creencia cristiana en la trinidad. Crescas consiguió mantenerse en una posición aceptable para otros pensadores ortodoxos y mantener la unidad e inmaterialidad de la Divinidad. Crescas utilizó como ilustración la imagen del libro "Yezirah": llama y carbón, la llama (análogo de atributo) no existe sin el carbón (análogo de sustancia), pero no lo es. Como resultado, Crescas se queda con la creencia de que Dios es trascendente e incognoscible, aunque los atributos esenciales (sphirot) son inmanentes. El más tarde prominente cabalista Meir ibn Gabbai elogió las descripciones de Crescas de las sphirot[18]. MetafísicaLa prueba de la existencia de DiosCrescas relató la prueba cosmológica del Ser de Dios según Maimónides, procedente de la rotación de la esfera celeste, y la refutó en muchos puntos.
Concluyó que la religión no se basa en la investigación científica racional[20][4], aunque la ciencia no contradice a la religión, pues la verdad no puede contradecir a la verdad[21]. Crescas también cuestionó las pruebas metafísicas de Maimónides, especialmente su uso del axioma de que una cadena infinita de causa-efecto es imposible. En su lugar, Crescas ofreció su propia prueba metafísica:
Así, Crescas admite que puede ser posible probar de forma racional la existencia de Dios, pero en todo caso no conocer su voluntad y atributos[4]. Dios de amor y alegríaMaimónides repite la fórmula aristotélica de que Dios es una mente que se conoce a sí misma[23]. Levi Ben Gershom apoya plenamente esta tesis[24]. Así, los predecesores de Crescas en la filosofía religiosa creían que Dios era pura razón. Por otro lado, los aristotélicos también atribuían alegría a Dios. Gersonides, por ejemplo, incluye incluso la noción de alegría divina en su lista de cinco fundamentos de la fe[25] Crescas señala que la filosofía aristotélica contiene una contradicción porque Dios como intelecto puro no puede estar sujeto a la emoción. Según Crescas, Dios no es un intelecto puro, y la alegría sí que existe, pero no una pasión como en los entes creados, sino una acción. En otras palabras, la alegría de Dios es su acción, principalmente la creación y el mantenimiento del Mundo. Además, es el llenado del Mundo con amor lo que hace que el Mundo sea armonioso, es como si todo estuviera lleno de este amor[26] e impulsado por él, como si fuera una fuerza natural básica. Algunos estudiosos modernos ven la principal importancia de Crescas en esta misma tesis[27].
Puesto que el amor y la alegría tienen un estatus ontológico tan elevado, y el hombre es semejante a Dios, Crescas da importancia a estos sentimientos en el hombre, es el amor el fin último del hombre[13][30]. Por el camino aborda el problema de la retribución por creer. Según Crescas, el hombre no es libre de elegir sus creencias, sino que llega a ellas bajo la influencia de la razón. Entonces, ¿cómo pueden las creencias conllevar un castigo o una recompensa? La respuesta, según Crescas, es que no son las creencias en sí, sino las emociones que las acompañan las que provocan la retribución; una persona no es responsable de las creencias, sino de los sentimientos. Afirmando así la supremacía de la voluntad sobre la razón, que puede ser la influencia de Dunce Escoto[31]. Determinismo y libre albedríoUna posición peculiar y muy radical adopta Crescas sobre la cuestión del libre albedrío y su compatibilidad con la omnisciencia del Todopoderoso, abarcando también el futuro[32][33]. En esta posición se deja sentir la influencia de la escolástica latina más que de la griega, sobre todo de Dunce Escoto. Esta influencia es muy posible, ya que dos seguidores del "doctor fino" de D. Escoto, Alfredus Gonteri y Peter Thomae, enseñaron en Barcelona muy cerca de la judería. El análisis de Crescas comienza con la cuestión de si es posible. Después de analizar los argumentos a favor y en contra, Crescas concluye que hay posibilidad en las cosas como tales, pero que las cosas mismas están predeterminadas en términos de las causas que las causaron.
De hecho, esto significa un determinismo completo, lo cual, según el propio Crescas, es peligroso para las masas[35]. Crescas va aún más lejos en materia de creencias. Aquí también reina el determinismo, pero no existe la ilusión de la libre elección. Uno siente sus creencias como impuestas a la fuerza[36].
En este sentido, las preguntas más importantes son: cómo encaja esta enseñanza con el principio de retribución y cuál es el significado de los mandamientos. En efecto, ¿qué sentido tiene castigar al criminal y recompensar al justo cuando éste no fue libre en sus actos? Crescas da dos respuestas a esto. En primer lugar, la recompensa llega por sí misma, igual que un hombre se quema al acercarse demasiado al fuego. Los mandamientos, por otra parte, están pensados para salvar al hombre de los problemas. En otro lugar, Crescas sugiere que los castigos y las recompensas no vienen por las acciones, ya que están determinadas, sino por los sentimientos que acompañan a esas acciones[35]. El determinismo de Crescas se extiende así a las acciones y creencias de una persona, pero no a sus emociones. Una persona puede ser atea a su libre albedrío, pero sentirse triste por ello. Esta libertad residual distingue el determinismo de Crescas del de Spinoza[33]. Crescas no parece sugerir ninguna retribución por las creencias, que, como ya se ha dicho, carecen de la ilusión de libertad[36]. Según algunos estudiosos, es posible que Crescas quisiera dar consuelo a los marranos que sufrían el bautismo forzado[33]. Las opiniones deterministas de Crescas fueron criticadas por Samuel David Luzzatto, que las consideraba una fuente de herejía Spinozismo[39]. Un investigador posterior, Harry Wolfson, también señaló que la tesis de Spinoza de que el libre albedrío es una ilusión ya había sido formulada por Crescas[40]. Referencias
Bibliografía
Enlaces
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